martes, 5 de febrero de 2013

EN ESPAÑA


ESPAÑA
            También supo visitarme en España. Junto con mi madre pasaron unos 40 días en la bella Mallorca, en donde realizamos muchos paseos y compartió momentos con sus colegas pintores de Art Calviá, además de estar con sus nietos. Pero El Viejo tenía bien clara su visita a Mallorca. Se dedicó a pintar. Una vez conocidos los bellos paisajes de la isla junto al mar se compró un caballete y junto con los óleos y pinceles con los cuales había viajado, se instalaba largas mañanas junto al mar, pintando paisajes y disfrutando de su pasión. Más de alguno que paseaba por sus lugares le comentaba cosas e incluso le hicieron propuestas de compras, que esa vez rechazó.
            En cada lugar histórico que visitábamos de Mallorca estaba siempre su puesta de atención en los detalles arquitectónicos, en las pinturas antiguas, tan antiguas que ya habían perdido su brillo original, pero tan valiosas todavía, en escudos, en todo lo que fuera tema por el cual había estudiado y trabajado tanto.
W.M. en Mallorca y el mar Mediterráneo
            Aparece también una faceta deportiva en su visita a Mallorca, relacionada con su nieto Marcos, que había sido becado por el Gobierno Balear y la Federación Balear de Básquetbol para participar por cuatro temporadas en el Centro de Tecnificación Deportiva, un lugar donde se combinaba el estudio secundario y el entrenamiento intensivo, formándose como deportista. Si algo había heredado Marcos de su abuelo fue la búsqueda constante de superación, su disciplina para intentar convertir sus sueños en realidad. Había sido uno de los grandes mensajes de El Viejo. Nunca pidió una carrera universitaria, nunca pidió que intentáramos una situación de vida privilegiada, nunca nos pidió “ser alguien” en el sentido aristocrático. Pero siempre estampó en silencio y actitud su mensaje de apoyo para tener la disciplina de hacer con firmeza y alegría las cosas que nos hacían sentir felices, que era su manera verdadera de “llegar”, hacerlo para satisfacer nuestro interior, en armonía con las obligaciones del diario vivir. Por eso hemos aprendido que “llegar” es disfrutar lo que hacemos en el día a día y que en realidad no existe para nosotros ninguna meta final. El mensaje fue la constante evolución y búsqueda. Por eso seguramente tampoco queremos “llegar”.
Cuando fuimos a ver jugar a Marcos, en España, El Viejo estaba sentado a mi lado… y lloró… al ver jugar a su nieto.

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